Conocemos la receta humana de Bruno Álvarez, uno de los fundadores de la ONG No Name Kitchen
A una se la remueve el presente cuando escucha a Bruno Álvarez hablar sobre la situación que viven las personas refugiadas en los Balcanes. Este joven asturiano creó – junto con otros voluntarios- en 2017 la ONG “No Name Kitchen” al ver con incredulidad cómo vivían los refugiados que transitaban por una antigua estación de tren en Belgrado. Desde entonces el camino de esta ONG ha ido creciendo conforme las injusticias iban aumentando y a su vez crecía el testimonio de Bruno, un testimonio que formará parte de la historia.
Los telediarios nos bombardean con información, cifras sin nombres ni historias vinculadas. Sin embargo, las palabras de Bruno describen la situación real de estas personas, a qué se tienen que enfrentar y cómo desde la calidez humana, su organización ¨No Name Kitchen¨ recibe y acompaña con un plato de comida caliente y lo convierte en un lugar seguro y de confianza.
La templanza en sus palabras y su confianza en el buen hacer dibujan una sonrisa a esta cruda realidad. Tiene claro, y así nos lo demuestra, que a pesar de todo seguirá luchando por dignificar la vida de estas personas en los diferentes proyectos que la “No Name Kitchen” desarrolla en, Patras (Grecia), Sid (Serbia), Velika Kladusa (Bosnia), Ceuta, Melilla o donde sea necesario.
Pregunta: ¿Qué lleva a un auxiliar de vuelo a hacer las maletas y decidir que Serbia fuera su próxima parada?
Respuesta: Lo que me llevó fue un vídeo que me mandó mi madre por Whatsapp, que mostraba la situación de los campos en Grecia. No sé decir si era Lesbos o dónde era, duraba como 6 minutos y antes de terminar el vídeo no pude contener las lágrimas.
En ese momento pensé, tengo que ir a ver qué está pasando, y decidí ir 15 días, primero al puerto del Pireo. Allí en ese tiempo conviví con las personas que se encontraban atrapadas y hacinadas. Después de 15 días me volví a casa y decidí que el siguiente vuelo sería sin billete de vuelta. Nuestra primera parada fue en Atenas durante cinco semanas, para en la sexta semana dirigirnos hacia Belgrado.
P. ¿Por qué “No Name Kitchen”?
R. La “No Name Kitchen” surge de una manera totalmente esporádica. Nosotros estábamos como voluntarios haciendo distintas actividades en Atenas, cuando en ese momento nos llegan imágenes de Belgrado y nos parece una situación bastante lamentable. Esto sumado a que el gobierno había emitido una carta abierta en la que prohibía todo tipo de asistencia…nos parecía una locura. Fue entonces cuando tomamos la decisión de ir para allá.
Comenzamos siendo 6 personas con unas chaquetas y una furgoneta que debía volver a la semana siguiente. A nuestra llegada analizamos un poco la situación, y vimos que hacía falta una cena y una comida caliente por la noche. Unas noches especialmente frías donde se alcanzaban los menos quince grados. Pensamos en un amigo cocinero que estaba en Atenas cocinando para muchas personas, le llamamos y él aceptó. Los primeros pasos fueron ir a comprar comida, adecuar el sitio donde íbamos a cocinar y poner las ollas a calentar. En esos momentos entre fogones alguien sacó un spray y preguntó “¿cómo nos llamamos y quiénes somos?”, pues si no tenemos nombre, “No Name Kitchen”, será nuestro nombre. A día de hoy seguimos manteniendo ese primer esbozo en nuestro logotipo.
P. Si tuvieras que elegir tres palabras que definan tu primera impresión ya en terreno, serían…
R. Lo que sentimos nada más llegar fue un shock, acompañado de una situación de ruina y desolación. En el mismo lugar donde se dormía te podías encontrar excrementos, basura y ratas.
P. ¿Cómo es la situación que viven estas personas que viven en Serbia, Bosnia y Patras?
R. Conoces a gente desesperada pero a la vez motivadas porque al fin y al cabo están en países de tránsito que les permite llegar a su destino. Tienen esa motivación de seguir su camino, del poder llegar a un lugar donde ellos creen que van a vivir mejor. También hay personas que poco a poco van perdiendo toda la motivación a base de golpes y de penurias y de vivir en unas condiciones insostenibles.
La motivación la tienes y vas una vez y otra, pero cuando eres deportado 20 o 30 veces, cuando te han robado, cuando la gente que estaba en tu camino ha cruzado y tú no lo consigues y te vas quedando atrás, la cabeza te va mermando. Vamos viendo personas que por desgracia han perdido el norte. Gracias a nuestras políticas de la Unión Europea, les hemos vuelto locos.
P. ¿Cómo es la actitud del gobierno serbio, bosnio y griego con respecto a vuestro trabajo y las personas refugiadas?
R. Son tres países muy distintos, Serbia y Bosnia son más parejos. A diferencia de lo que hacemos en Patras que es con ayuda del Ayuntamiento de Patras, gobernado por un grupo político de izquierdas.
En Patras nos dan bastante apoyo con el tema de la comida, podemos tener a refugiados en casa si queremos que no van a venir a buscarles. En Serbia es todo lo contrario, no podemos tener migrantes en casa, nos van controlando y persiguiendo. Eso afecta de igual manera a los personas refugiadas ya que los van llevando a campos cerrados apartados de la sociedad. Como entidad percibimos las dos caras de la moneda, por un lado el apoyo del Ayuntamiento de Patras y por otro la lucha continua con los gobiernos de Serbia y Bosnia.
P. ¿Cómo trata la población local a las personas voluntarias y refugiadas?
R. Si hablamos de Serbia en un principio existió total indiferencia, no notamos la presencia de tejido social y no nos prestaban mucha atención. Cuando nos movimos a Bosnia el sentimiento general de los primeros voluntarios, que llegaron después de llevar varios meses o incluso más de un año, fue de calidez. En un intervalo de cuatro o cinco meses la situación cambió, era latente la tensión en muchos locales, se promovían movimientos y políticas más racistas. La sociedad empezó a levantar ciertos muros a estas personas en el día a día.
P. ¿Cómo afectan las políticas europeas a esta población?
R. Son usuarios directos de los corredores humanos, millones de personas se pasan caminando gran cantidad de kilometros gracias a este tipo de políticas. A través del acuerdo con Turquía y la Unión Europea blindamos nuestra fortaleza llamada Europa por lo tanto obligamos a las personas a utilizar vías ilegales e inseguras donde se juegan la vida. Esto enriquece a las mafias que obtienen elevados beneficios de estas situaciones extremadamente vulnerables.
P. ¿De qué huyen las personas refugiadas?
R. Compartimos el día a día con personas que huyen por múltiples motivos como son la religión, la condición sexual, catástrofes climáticas, ideología, disputas familiares, regímenes talibanes o dictatoriales, en definitiva, situaciones que no les permiten desarrollarse como seres humanos. Como sociedad necesitamos generar políticas de acogimiento y dejarlo de ver como una carga, porque es una oportunidad de crecimiento demográfico.
P. ¿Quiénes pueden ser los culpables?
R. Es una culpabilidad compartida por nuestra forma de vivir, por nuestro capitalismo abusivo y consumismo loco. Deseamos tener el último modelo de móvil a toda costa olvidando de dónde viene el litio de nuestra batería. Esa necesidad de consumir y producir que nos lleva a exprimir países y explotar sus tierras, acogiendo a sus bienes más preciados y rechazando a sus gentes.
P. ¿Qué medidas tomarías para solucionar esta situación?
R. Invertiría todo el dinero que se utiliza para proteger nuestras fronteras, en generar una estructura de acogida, oportunidades formativas, apoyo lingüístico o vías legales que fomenten una vida digna. Ese dinero en vallas, fronteras, personal, no impide que estas personas sigan intentando pasar, o lo consiguen o se quedan en el camino, pero no se dan la vuelta a mitad de camino.
P. ¿Qué podemos hacer como sociedad para reparar o solucionar esta situación?
R. Hacerles conscientes de que hay humanidad y cariño en esta ¨aventura¨ generalmente deshumanizada. Un plato de comida, una ropa limpia, una ducha caliente es el medio que podemos utilizar para hablar y compartir preocupaciones o vivencias personales. El estar y escuchar, empatizando con esas personas migrantes que hace años podían ser nuestros antepasados más cercanos.